DE LO QUE LE ACONTECIÓ A UN CAMALEÓN EN MÉRIDA
(o CUÁNTAS PERSONAS HAY DETRÁS DE UN MILIARIO)
Mérida me recibe con un cielo
gris que no empaña la magia y belleza de esta ciudad.
Me dirijo al Hostal Senero que
prácticamente está en el corazón de la ciudad. Los hermanos que la regentan son
todo amabilidad y ayuda necesaria para despejar cualquier duda.
Es temprano así que salgo a
buscar algo para comer. Paso cerca del Museo del Arte y la Cultura Visigoda que
es digno de visitar. Esta ciudad es increíble.
Comida y vuelta al hostal para
descansar. De regreso entro a comprar algo de fruta para la merienda en una
tienda de alimentación de las de “antes”, Alimentación
Trajano, donde el trato es directo y amable, resolviendo los pequeños
problemas que no resuelven las grandes superficies.
Ya llegan los primeros mensajes
de ánimo.
Salgo hacia el Centro de Ocio
Joven “El Economato” para recoger el dorsal y dejar una pequeña bolsa con ropa
para la mitad del recorrido. Ahí están voluntarios y miembros del club Camino de la Plata que organiza esta XXI
edición de las LXVII Millas Romanas resolviendo cualquier duda. Reconocer también la gran labor de Protección Civil durante toda la prueba.
Vuelta a la pensión para empezar
a preparar todo. Me llama el “presi”, Manolo Castaño, para decirme que otro compañero
del club está aquí en Mérida. Me pasa su contacto. Es Manuel Alonso que viene
con Alfonso. Estos son dos “bandoleros” de verdad. Nos emplazamos en la salida.
Ha estado lloviendo toda la tarde
pero ahora tenemos bueno. Última mirada a los mensajes: allí están Merchi, que
seguirá mandándome mensaje de ánimo toda la noche y de la que me acuerdo en
carrera porque ha planificado la alimentación de los últimos días de una manera
genial, Irene y Mari desde Granada, Lucía que va intercalando estudios y seguimiento
de la carrera, Pepi, a la que agradezco el consejo de la uréa para los pies y
Fernando cuyo mensaje de voz fue generoso en emoción e ilusión. Juanito Ramos
que me aconsejó camiseta técnica y sales, Jose Antonio González Ortiz repasando
los consejos que siempre nos hemos dado antes de las pruebas (seguro que está
de “guardia” esta noche), el “presi” Manolo preocupado con que todo salga bien
y los saludos de los compañeros del equipo de travesías.
En el Acueducto de los Milagros
coincido con Manuel y Alfonso a los que saludan cantidad de gente. Ellos
terminarían la prueba dos horas antes que yo. Salida por las calles de Mérida.
La ciudad sale a la calle a despedirnos. Los niños nos ofrecen las palmas de
sus manos para hacer un saludo emotivo con las nuestras. Cruzamos el puente
romano y seguimos el margen del río Guadiana dejando atrás la ciudad.
La lluvia aparece fina de vez en
cuando. Como el cielo está cubierto hay que encender el frontal antes de lo
previsto. Paso el primer avituallamiento y comparto camino con dos compañeros
de Badajoz: Nica y David.
Llegamos al avituallamiento de
Alange y empezamos la subida al castillo. Ahora no llueve pero el agua que ha
caído con anterioridad hace que se produzcan caídas tanto en la subida (aquí se
cayó David) como en la bajada. Una vez abajo esperamos a Nica. Nos cuenta que
se ha mareado y que no se encuentra bien.
Entramos en el bello balneario de
Alange. Aquí se retira Nica. Esto es así. Ha realizado una buena preparación
para llegar a la prueba pero hoy la suerte le ha sido esquiva.
Seguimos en la noche buscando la
subida de la Calderita. A lo lejos ya la vemos en la verticalidad de tantas
luces que están haciendo el ascenso. Me lo tomo con tranquilidad. Un paso tras
otro y arriba. David me dice que va a parar un poco. Sigo y llego a la cumbre.
La bajada la hago en grupo. La hacemos despacio y cuidadosamente.
Llego a La Zarza, es hora de
cenar: caldo, arroz, tortilla, rosca Mauro y café. David se incorpora de nuevo
y salimos a andar.
Veo que vamos un poco justos de
tiempo. El terreno ahora es más llano y se presta para recuperar tiempo.
Llegamos a San Pedro. Desayuno de
pie, no quiero sentarme ni perder mucho tiempo aquí. David me dice que se
retira. Me desea suerte y salgo a la ruta.
Empieza a amanecer y me uno a un
grupo con un “buenos días, señores”. La respuesta es rápida “eso es lo que hace
falta, más gente para ir en grupo”. Es un grupo de cuatro jóvenes donde tres de
ellos van haciendo la prueba juntos y será con estos tres emeritenses con los
que haré gran parte del camino.
Ya de mañana va apareciendo la
belleza del paisaje extremeño, lo que hace más llevadero el camino. Charlamos y
nos reímos mucho. Pasan de llamarme de “usted” a calificarme como “chavalito”
en menos que canta un gallo. Me encuentro cómodo. Bromean conmigo cuando se
enteran que la vuelta hacia Sevilla la haré en tren. Tiene razón en sus quejas.
Antonio se conoce el camino como
la palma de su mano: me va aconsejando con exactitud sobre el terreno y las
dificultades que nos podemos encontrar. Esto me facilita mucho el resto de la
competición. Es un enamorado del paisaje de su tierra.
Robert me habla de su
participación anterior, de la forma de rebajar tiempos y hablamos de su tierra,
de la riqueza hidrográfica de los estereotipos, de todo lo que nos une. Va muy
bien pero una ampolla le lastrará el final del recorrido.
Chechu va tocado en un talón pero
no cede. Subimos juntos los cortafuegos en la zona de Cuatro Caños y bajamos la
pronunciada bajada “Animal”. En la subida vamos viendo un paisaje espectacular
y también notamos el frío de la tormenta. Chechu se da cuenta que también tiene
problemas con una ampolla en su pie. Tiene una niña pequeña y le gustaría pasar
la meta con ella en sus brazos. El tiempo ahora está mal. Llama a su casa y dice
que si sigue el tiempo así que no vale la pena que la niña pase frio. “Otro año
será”, me dice resignado. Pero el tiempo será más benigno por la tarde, él
logrará llegar a meta y podrá cruzarla con su hija en brazos. No creo que nadie
en esta prueba haya recibido mayor premio.
Ahora el terreno es un poco
rompepiernas por la dehesa extremeña. El frio de las alturas se convierte en
lluvia de granizos.
Nos quedan 25 km. Cada uno vamos
gestionando las fuerzas que nos quedan. Volvemos a coincidir en el avituallamiento
de Aljucén. Yo me pido un bocadillo y una bebida y sigo sin pararme. Les digo
que seguro que me alcanzan en el camino.
Hago parte del recorrido con un
grupo que está realizando la prueba corta. Me cuentan que son ciclistas y que
conocen estos caminos. En compañía todo es más llevadero.
Vuelven los granizos. Antonio me
adelanta y me dice que Chechu y Robert vienen atrás.
He recuperado tiempo y ya lo
único que queda es terminar. En Proserpina me tomo un vaso de gazpacho que no
viene nada mal.
Los últimos cinco kilómetros se
me hacen eternos con la sombra de una “pájara” en forma de bajada de azúcar.
Pero Mérida ya está al alcance y
el Acueducto de los Milagros se presenta con sus arcos como una inmensa meta a
atravesar.
Prueba conseguida. Voy a por mi
miliario y me paso por los servicios médicos donde me atienden pronta y
efectivamente.
Vuelta al hostal. Llamadas para
compartir la alegría de superar la prueba y a la cama con la idea de repetir el
año próximo.
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