viernes, 5 de abril de 2019

XXI EDICIÓN TRAIL LXVII MILLAS ROMANAS



 
 
 

DE LO QUE LE ACONTECIÓ A UN CAMALEÓN EN MÉRIDA
(o CUÁNTAS PERSONAS HAY DETRÁS DE UN MILIARIO)
Mérida me recibe con un cielo gris que no empaña la magia y belleza de esta ciudad.
Me dirijo al Hostal Senero que prácticamente está en el corazón de la ciudad. Los hermanos que la regentan son todo amabilidad y ayuda necesaria para despejar cualquier duda.
Es temprano así que salgo a buscar algo para comer. Paso cerca del Museo del Arte y la Cultura Visigoda que es digno de visitar. Esta ciudad es increíble.
Comida y vuelta al hostal para descansar. De regreso entro a comprar algo de fruta para la merienda en una tienda de alimentación de las de “antes”, Alimentación Trajano, donde el trato es directo y amable, resolviendo los pequeños problemas que no resuelven las grandes superficies.
Ya llegan los primeros mensajes de ánimo.
Salgo hacia el Centro de Ocio Joven “El Economato” para recoger el dorsal y dejar una pequeña bolsa con ropa para la mitad del recorrido. Ahí están voluntarios y miembros del club Camino de la Plata que organiza esta XXI edición de las LXVII Millas Romanas resolviendo cualquier duda. Reconocer también la gran labor de Protección Civil durante toda la prueba.
Vuelta a la pensión para empezar a preparar todo. Me llama el “presi”, Manolo Castaño, para decirme que otro compañero del club está aquí en Mérida. Me pasa su contacto. Es Manuel Alonso que viene con Alfonso. Estos son dos “bandoleros” de verdad. Nos emplazamos en la salida.
Ha estado lloviendo toda la tarde pero ahora tenemos bueno. Última mirada a los mensajes: allí están Merchi, que seguirá mandándome mensaje de ánimo toda la noche y de la que me acuerdo en carrera porque ha planificado la alimentación de los últimos días de una manera genial, Irene y Mari desde Granada, Lucía que va intercalando estudios y seguimiento de la carrera, Pepi, a la que agradezco el consejo de la uréa para los pies y Fernando cuyo mensaje de voz fue generoso en emoción e ilusión. Juanito Ramos que me aconsejó camiseta técnica y sales, Jose Antonio González Ortiz repasando los consejos que siempre nos hemos dado antes de las pruebas (seguro que está de “guardia” esta noche), el “presi” Manolo preocupado con que todo salga bien y los saludos de los compañeros del equipo de travesías.
En el Acueducto de los Milagros coincido con Manuel y Alfonso a los que saludan cantidad de gente. Ellos terminarían la prueba dos horas antes que yo. Salida por las calles de Mérida. La ciudad sale a la calle a despedirnos. Los niños nos ofrecen las palmas de sus manos para hacer un saludo emotivo con las nuestras. Cruzamos el puente romano y seguimos el margen del río Guadiana dejando atrás la ciudad.
La lluvia aparece fina de vez en cuando. Como el cielo está cubierto hay que encender el frontal antes de lo previsto. Paso el primer avituallamiento y comparto camino con dos compañeros de Badajoz: Nica y David.
Llegamos al avituallamiento de Alange y empezamos la subida al castillo. Ahora no llueve pero el agua que ha caído con anterioridad hace que se produzcan caídas tanto en la subida (aquí se cayó David) como en la bajada. Una vez abajo esperamos a Nica. Nos cuenta que se ha mareado y que no se encuentra bien.
Entramos en el bello balneario de Alange. Aquí se retira Nica. Esto es así. Ha realizado una buena preparación para llegar a la prueba pero hoy la suerte le ha sido esquiva.
Seguimos en la noche buscando la subida de la Calderita. A lo lejos ya la vemos en la verticalidad de tantas luces que están haciendo el ascenso. Me lo tomo con tranquilidad. Un paso tras otro y arriba. David me dice que va a parar un poco. Sigo y llego a la cumbre. La bajada la hago en grupo. La hacemos despacio y cuidadosamente.
Llego a La Zarza, es hora de cenar: caldo, arroz, tortilla, rosca Mauro y café. David se incorpora de nuevo y salimos a andar.
Veo que vamos un poco justos de tiempo. El terreno ahora es más llano y se presta para recuperar tiempo.
Llegamos a San Pedro. Desayuno de pie, no quiero sentarme ni perder mucho tiempo aquí. David me dice que se retira. Me desea suerte y salgo a la ruta.
Empieza a amanecer y me uno a un grupo con un “buenos días, señores”. La respuesta es rápida “eso es lo que hace falta, más gente para ir en grupo”. Es un grupo de cuatro jóvenes donde tres de ellos van haciendo la prueba juntos y será con estos tres emeritenses con los que haré gran parte del camino.
Ya de mañana va apareciendo la belleza del paisaje extremeño, lo que hace más llevadero el camino. Charlamos y nos reímos mucho. Pasan de llamarme de “usted” a calificarme como “chavalito” en menos que canta un gallo. Me encuentro cómodo. Bromean conmigo cuando se enteran que la vuelta hacia Sevilla la haré en tren. Tiene razón en sus quejas.
Antonio se conoce el camino como la palma de su mano: me va aconsejando con exactitud sobre el terreno y las dificultades que nos podemos encontrar. Esto me facilita mucho el resto de la competición. Es un enamorado del paisaje de su tierra.
Robert me habla de su participación anterior, de la forma de rebajar tiempos y hablamos de su tierra, de la riqueza hidrográfica de los estereotipos, de todo lo que nos une. Va muy bien pero una ampolla le lastrará el final del recorrido.
Chechu va tocado en un talón pero no cede. Subimos juntos los cortafuegos en la zona de Cuatro Caños y bajamos la pronunciada bajada “Animal”. En la subida vamos viendo un paisaje espectacular y también notamos el frío de la tormenta. Chechu se da cuenta que también tiene problemas con una ampolla en su pie. Tiene una niña pequeña y le gustaría pasar la meta con ella en sus brazos. El tiempo ahora está mal. Llama a su casa y dice que si sigue el tiempo así que no vale la pena que la niña pase frio. “Otro año será”, me dice resignado. Pero el tiempo será más benigno por la tarde, él logrará llegar a meta y podrá cruzarla con su hija en brazos. No creo que nadie en esta prueba haya recibido mayor premio.
Ahora el terreno es un poco rompepiernas por la dehesa extremeña. El frio de las alturas se convierte en lluvia de granizos.
Nos quedan 25 km. Cada uno vamos gestionando las fuerzas que nos quedan. Volvemos a coincidir en el avituallamiento de Aljucén. Yo me pido un bocadillo y una bebida y sigo sin pararme. Les digo que seguro que me alcanzan en el camino.
Hago parte del recorrido con un grupo que está realizando la prueba corta. Me cuentan que son ciclistas y que conocen estos caminos. En compañía todo es más llevadero.
Vuelven los granizos. Antonio me adelanta y me dice que Chechu y Robert vienen atrás.
He recuperado tiempo y ya lo único que queda es terminar. En Proserpina me tomo un vaso de gazpacho que no viene nada mal.
Los últimos cinco kilómetros se me hacen eternos con la sombra de una “pájara” en forma de bajada de azúcar.
Pero Mérida ya está al alcance y el Acueducto de los Milagros se presenta con sus arcos como una inmensa meta a atravesar.
Prueba conseguida. Voy a por mi miliario y me paso por los servicios médicos donde me atienden pronta y efectivamente.
Vuelta al hostal. Llamadas para compartir la alegría de superar la prueba y a la cama con la idea de repetir el año próximo.



 
 

 
 

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